Publicación: Búa Soneira, Mon (2013); "El blues como ejemplo. Música modal para una redefinición de la Estética", Thaumazein, Nº 5, pp. 24-29.
El blues como ejemplo. Música modal para una redefinición de la Estética
El blues como ejemplo. Música modal para una redefinición de la Estética
29/01/2013
Mon Búa Soneira
Lo que vamos a intentar poner en escena en breves momentos presenta
al blues como el buen ejemplo de
autonomía de los modos de relación artísticos. La intención no es
sino que la pregunta de por qué significó una ruptura en el
panorama de la música y en la cuestión social de la cultura de
masas. El blues, en tono vanguardista, llevó a la indistinción de
arte-vida y restableció la pregunta del ¿por qué esto es arte o
no? Al enfrentarse contra la pieza tonal, clásica del barroco, nos
vincula a una cultura popular musical que se mezcla con la vida
misma.
Para empezar, indagaremos en los
conceptos de tonal y modal respecto al blues, para ver como lo modal
pudo abrir el campo estético musical de la concepción tradicional,
barroca, moderna, formalista, académica de la música tonal. En la
música se pueden pensar dos formas de piezas: las tonales y las
atonales. La modalidad es una manera de ser atonal, esto es, una
música que no lleva armadura pero que comprende un sentido o
coherencia rítmica y melódica. Aún así, existen casos de música
modal con armadura armónica (referido al modo mayor), por lo tanto
podemos tener una misma partitura sin armadura que esté en C Mayor,
A menor, C Jónico, A eolio, o manejar otro sistema tonal diferente.
Claramonte, en un texto de nombre
Música y Estética Modal
explica el concepto de lo modal desde el ejemplo primigenio del Raga,
un estilo modal indio que hace una partición del sistema tónico, y
enfatiza la improvisación desde unos patrones rítmicos o “talas”
y la “kharaja” (el centro tonal que guía al tema). Así bien, en
nuestro ejemplo del blues, la estructura modal no es densamente
tramada porque en el blues tradicional hay una armadura y un tono que
seguir, pero este se ve desplazado muchas veces a un sólo modo con
el que guía la canción; y esto lo hace, sobre todo en aspectos
melódicos, una música modal. El blues recoge los elementos modales
de la cultura afroamericana y lleva a cabo el flujo más extenso de
la cultura musical popular, propagado en el rock and roll, el pop, el
funk, el hip hop, el heavy metal, etc.
La
estructura de un blues, generalmente, se basa en doce compases y su
progresión armónica es de I-IV-V (grados armónicos); hay tres
tipos principales blues modal. El primero estaría en tonalidad
mayor, y llevaría siempre la armadura de la escala mayor, con la
cual se puede improvisar de un modo fluido. Un ejemplo claro de este
tipo de blues es Blue
Monk
(1935) y Basin
Street Blues
(1928). Otro tipo de blues modal es el que está en tonalidad menor,
lleva la armadura del relativo mayor, y se improvisa con la escala
menor natural (modo eólico o dórico); puede ser modal cuando no
tiene armadura. Por ejemplo Contemplation
(1961) y Equinox
(1964).
Y, por último, podemos albergar una tonalidad mixolidia de blues,
que nunca lleva armadura. En la que siempre se improvisa con el modo
mixolidio, se armoniza únicamente con acordes de tipo dominante.
Este es uno de los ejemplos que más repercusión tuvieron en la
escena del blues, ya como jazz modal, que se hace a partir del Kind
of Blue
instaurado en el 1959 por Miles Davis. A partir de aquí se empieza a
hablar de jazz modal, y la música cobra el sentido de la autonomía
modal primigenia de los sonidos afroamericanos. Ejemplos contundentes
de este blues modal mixolidio son Freddie
the Freeloader
y All
Blues.
Esta
música modal se apropia de la cultura de masas que va acorde con
otras tendencias artísticas como el art
pop,
quizás el momento clave en el que se juntan las distintas vertientes
de las culturas antiformalistas contemporáneas sea mediados del s.
XX; enclave decisivo en el que el arte contemporáneo busca una
indistinción con la vida misma, y encarna en ella los modos de
relación que juegan con las singularidades concretas de la
cotidianidad. Dice Rodchenko, desde las vanguardias rusas, que «el
arte contemporáneo consiste en una vida consciente y organizada,
capaz de ver y construir. Toda persona que haya organizado su vida,
su trabajo y a sí misma es un artista».
Estas palabras remiten a que el arte contemporáneo, como apunta
Claramonte, no puede reducirse a la excelencia aislada de una obra,
ni a intenciones del artista o instituciones arísticas.
No se ciñe a las relaciones formales entre sujeto y objeto, sino que
la propia vida artística se inscribe en esta ontología modal, de
los modos de relación que, a la vez, forman parte también de la
totalidad social y política. Ya, por fin, no hay separación
exhaustiva de los saberes.
Dicho esto, para afinar un poco más la cuestión sobre el arte,
tomaremos mano de un texto especial que hizo Barthes en 1982; Lo
obvio y lo obtuso, en concreto
en la parte de «El
arte..., esa cosa tan antigua».
En este texto, se muestra como la llegada del art
pop
dio un giro en el pensamiento estético anterior; cuando antes se
preguntaba por “¿qué es arte o qué no es arte?”, ahora la
pregunta declinó hacia el “¿por qué es arte?”. La idea que
vamos a trazar, no está marcada por el art
pop de
Andy Warhol (como hace Barthes en este texto citado), sino por un
arte que potenció toda la música popular a partir de principios del
s. XX; por supuesto, seguimos hablando del blues.
Para tomar el blues como ejemplo de este modo de relación de la
música, que explicamos con anterioridad, vamos a centrarnos en la
manifestación de la cultura popular que se da hasta nuestros días.
Dice Barthes, que la cultura de los cómics, de las películas, de la
publicidad, de la ciencia-ficción y de las músicas populares hizo
que los conceptos de arte tradicionales flaquearan y restauraran el
viejo problema de la Estética. Pues, simplemente, eran productos de
una cultura de masas y no formaban parte de ese espacio artístico en
modo alguno. Estas cultura pop, que se llevan a cabo con mayor
vehemencia en los años cincuenta, vienen precedidas por sonidos
modales afroamericanos que fueron insertándose en la cultura,
encarnándose en distintos estilos musicales que parten de esta forma
modal de música que es el blues. Por lo que podemos afirmar que si
una de las raíces más influyentes de los seres musicales populares
la concebimos, músicalmente, en el blues, es en este claro ejemplo
que: «lo
que caracteriza al pop
es, ante todo, el uso que hace del despreciado»
comenta Lichtenstein. Esto es, en el blues hay un arraigo y desazón
que hace de la potencia del hacer musical un desierto de afecciones,
padecimientos, sentimientos, feeling,
etc.
Esta stimmung
o pulsión de la angustia heideggeriana que nos proyecta a seguir
existiendo para-la-muerte, no se enmarca en algo decible sino que es
la repetición misma. Esto que repite de una manera distinta es la
idea principal de la música modal. Como no está ceñida a un patrón
unilateral, permite ponernos en contacto con este tiempo trágico,
Aión de las superficies o tiempo no-pulsado (diciendo con Deleuze);
así, es el devenir trágico de la vida.
Decía
Barthes que «las culturas populares o extra-europeas (que
manifiestan una etnografía) admiten y extraen sentido y placer de la
repetición (pensemos, sin ir más lejos, en la música repetitiva
que es la música disco); la sabia cultura de Occidente no la admite
(a pesar de recurrir ésta, más de lo que se cree, a la época
barroca)». El blues conserva la repetición de las músicas
afroamericanas que acentúan la relevancia en el ritmo de la canción,
e incluso la melodía tiene un sentido marcado por la pequeña
cantidad de notas de la escala pentatónica que usan los bluesmans
con frecuencia. Una música que deja clara la poca intención del
típico virtuosismo académico y formalista y que, en lugar de ello,
prefiere sentir poco a poco la inmanente pasión de restantes notas.
Estas repeticiones no sólo ponen en juego la aniquilación del arte
moderna, sino que permiten el acceso a una temporalidad diferente, a
un tiempo no pulsado -que diría Deleuze.
Estas
músicas se enfrentan al saber formal y académico de la música, van
más allá de la música de cámara, de la ópera clásica, de los
grandes “metarrelatos” de la música, de las sinfonías, de las
formas tonales tan sofisticadas, etc.
El
blues es el lenguaje de un significante puro (fonetismo
puro:
melodía pentatónica, golpes y ruidos; nada de representaciones), no
hay un significante que remita a un significado o cara algún objeto
semántico (no tiene significado: calor o frío, triste o alegre). En
la música no se trata de la transmisión de una cosa representada
por un símbolo, sino que, más bien, se trata de un hecho. «El
objeto es hecho, no símbolo» comenta John Cage; en la música no
hay relación alguna con los signos. Esa tarea simbólica es la de la
representación abstracta que añade el pensamiento representativo
cuando intenta asociar eses sonidos o «seres musicales» de manera
lógica a algo lingüístico.
Más
allá de la fábula histórica del blues, que intenta dar significado
a esta música como una ideología
de la tristeza,
hay una fuerza impulsatoria que concibe las pasiones más fuertes del
propio cuerpo, y que no significa ese contenido de nostalgia,
tristeza, depresión y amargura. Más
allá del bien y del mal
el blues es, ontológicamente, una música que trabaja en los
sentidos sin pasar por un significado apriorístico, sin símbolo
alguno, sino “la potencia de la repetición de la diferencia misma”
que despliega su receptividad sonora. Así es que en el ejemplo de la
música blues se realza la cualidad filosófica de las cosas, eso a
lo que se le llama facticidad.
Es decir, viene dado en el mundo de la posibilidad de los hechos, de
su acontecer, de su instante. Tal es la condición primaria de lo
extra-simbólico,
la huida de la justificación que, a fin y a cabo, no se basa en esa
dictadura representacional. Los sonidos del blues, guardando
similaridad con las obras del
pop art,
llegan a alcanzar el concepto mismo de facticidad, «y
es en este aspecto que, muy a su pesar, vuelven a significar,
significan que non significan nada». Y añade
el mismo Barthes: «queríamos abolir el significado, y por tanto, el
signo; pero el significante subsiste, persiste, incluso cuando ya no
remite aparentemente, a nada»1,
ese significante mero y puro que queda es la misma música (sus
vibraciones), es la percepción más que la cosa percibida. Lo propio
de la música es que su significante puro no remite a nada, no
significa nada, no objeta a nada, simplemente, es lo que se escucha,
es lo que suena. Con el lenguaje podemos pensar en la idea de
significado de “la casa amarilla de mis tíos”, pues
representamos el objeto de la casa que cada uno se puede imaginar, y
ahí encontramos una asociación con la cosa representada; en cambio,
como venimos repitiendo, la música es propio significante que, si
queremos verlo así, coincide justamente con el significado. En la
música, ambos quedan indistinguidos, el arte de la música es tal
indiscernibilidad. Barthes lo muestra de una manera muy clara cuando
afirma que «el arte existe a partir del momento en que una mirada
encuentra a su objeto en el Significante». El arte aparece en el
énfasis sobre el que debería ser insignificante. El blues percute,
chirría, grita, llora y habla pero estos significados son en base a
un hincapié que da sentido al significante (como en el arte pop
al color). Por ejemplo, en el blues se utiliza la pentatónica menor
con frecuencia, y se modulan acordes que siempre van del primero
grado da tónica (p.e. Mi) pasando al cuarto grado (La) y al quinto
(Si). Esta es la dirección que queda firme en un blues, que pese a
ser simplemente una regla convencional de como se hace, existe en él
ese tejido de maneras de hacer simples y habituales. Quizás sea esta
dirección lo que hace que pertenezca a un arte popular, y así como
al art pop,
el blues «es arte porque, justamente en el momento en que parece
renunciar a todo sentido, no aceptando sino la representación de las
cosas en toda su trivialidad, hace salir a la escena, por medio de
procedimientos que le son propios y que constituyen un estilo, a un
“sonido” que
no es ni la cosa ni su sentido, sino el significante, o mejor dicho,
el Significante».
Una cosa es cierta
ahora, lo que no nos interesa preguntarnos es si consideramos arte o
no arte a la música blues, esta es una pregunta formal de la
Estética tradicional que ya no es necesaria... La pregunta cogió
otro rumbo al entender los límites del concepto de arte en la
postura contemporánea; ahora, se trata más bien de comprender el
componente crítico del porqué (es
arte o no). Lo que se intenta es dar una explicación que dirija el
análisis de lo artístico a una redefinición de la Estética. En
resumen, el análisis crítico de su porqué,
de las maneras de ser de este blues del Mississippi -que utilizamos
como ejemplo. Lo que tenemos en cuenta para hablar de este
porqué es
el criterio del estilo para definirlo: hablamos de sus rasgueos, de
sus patrones armónicos, de la rítmica, del tiempo de las melodías
(“cada uno habla y argumenta de lo que quiere”)... pero, aún
así, el ejercicio del blues lleva inmanente una potencia de trabajo
que trasciende estos patrones “cuasitonales” únicamente ceñidos
a como hacer blues. Si es arte o no, no lo podemos saber; ahora bien,
el porqué
es arte viene explicado por los argumentos de nuestro sentir. Esta es
la pregunta que redifiniría la Estética, dónde las formas modales
de vida cotidiana se unen al arte de las músicas modales.
Para pensar, siquiera,
en los últimos resquicios de lo que sería una estética redefinida
en el tirón contemporáneo, la pregunta por lo estético está
obligada a cambiar de rumbo, a permitir una improvisación de lo que
se siente con ella (en base a un modo de relación con los argumentos
que se interpretan en el juego con ese significante). Si queremos
decirlo así, pues, se trataría de una interpretación de los
propios afectos, un juego con ellos en nuestra sensación. Eso es
música, arte significante pura. Ni más ni menos que la
interpretación. Cantando así, es la interpretación algo que sólo
responde a la pregunta: «¿qué
quiere usted decir? »
Mon Búa
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